La isla es parte de la Reserva Marina del Archipiélago Chinijo

la mayor de Europa, que comprende 70.700 hectáreas en las que se concentra la mayor biodiversidad marina de las Canarias. Partiendo desde Caleta del Sebo, una caminata de 4 kilómetros a lo largo de la costa –también es posible llegar en taxi 4×4- nos separa del bello y desolado paisaje del sur de La Graciosa.

Allí nos espera la Montaña Amarilla, un antiguo volcán cuyo sugerente color contrasta con el azul del cielo y el turquesa del mar.

Es en lo alto de este monte de las Islas Afortunadas adonde, según la leyenda, la hechicera Armida se llevó al soldado cruzado Reinaldo, de quien se había enamorado, haciéndole prisionero de un exuberante jardín custodiado por un dragón, un león y una fuente encantada cuya agua hacía estallar de risa hasta la muerte.

La historia contrasta con la árida realidad de la cima. El camino finaliza en la Playa de la Francesa, una amplia playa de arena blanca que suele estar bastante concurrida, ya que aquí atracan muchos de los barcos que hacen excursiones por la zona.

En su extremo, sin embargo, un estrecho sendero nos conduce a una bella cala encajonada al pie mismo de la Montaña Amarilla: es la Playa de la Cocina. La mejor manera de moverse por el interior de la isla es en bicicleta, que pueden alquilarse en Caleta del Sebo. Desde aquí salimos, por pistas que suelen estar bien señalizadas, hacia el norte de La Graciosa.

Tras pasar entre las dos principales elevaciones del centro insular, las calderas volcánicas de Aguja Grande y Aguja Chica, nos dirigimos hacia la salvaje Playa de Baja del Ganado, en la costa norte. Desde esta ribera, donde se entremezclan la arena y las rocas volcánicas, podemos disfrutar de una espectacular vista de la cercana isla de Montaña Clara.

Pedaleando un poco más hacia el norte, también encontramos la Playa de las Conchas, un inmenso y solitario arenal acosado por fuertes corrientes oceánicas donde es fácil sentirse como un náufrago en una isla desierta.

Bordeando la costa, nos encontraremos con una de las imágenes icónicas de la isla de La Graciosa: Los Arcos de los Caletones, unos arcos naturales de basalto formados por la erosión de las olas del mar que fluye por debajo.

Y un poco más allá, la Playa del Ámbar, también expuesta a las corrientes del Atlántico y rodeada de dunas de arena. En nuestro camino de regreso a Caleta del Sebo, pasamos por el otro lugar de la isla adonde ha llegado la civilización: el poblado de Pedro Barba, un pueblo fantasma con apenas un puñado de casitas blancas para gente que busca privacidad y mucha tranquilidad.

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    Isla de La Graciosa