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España se rebela contra la narrativa dominante

España se rebela contra la narrativa dominante de la colonización española en América Latina. El Rey Felipe VI, de visita en la isla de Puerto Rico a finales de enero, ante la exigencia de una disculpa oficial por parte de los movimientos sociales indígenas, se declaró orgulloso de la herencia española.

Mientras estos movimientos, presentes en todo el continente americano, veían la conquista de América como una operación de exterminio de las poblaciones precolombinas y de explotación de los recursos naturales, Felipe VI tuvo palabras de elogio para el «modelo de la presencia española en América». Un modelo en el que «los nuevos territorios se incorporaban a la Corona en igualdad de condiciones con los demás reinos». En los salones del Ayuntamiento de San Juan, la capital de Puerto Rico, que celebra su 500 aniversario, el alcalde, Miguel Romero, entregó al Rey de España las llaves de la ciudad.

El Rey reivindicó la figura de Juan Ponce de León, conquistador y primer gobernador de la isla, cuya estatua fue derribada pocas horas antes de su llegada por un grupo autodenominado «Fuerzas Libertarias de Borikén», nombre con el que se autodenominan los indígenas taínos en la isla. Frente a quienes sólo ven en los colonizadores a criminales y genocidas -movimiento que desde 2020 ha desencadenado una ola iconoclasta de ataques a estatuas y monumentos en Estados Unidos-, Felipe VI ha querido destacar, en cambio, cómo en las primeras ciudades hispanas de América «España inició procesos de construcción y edificación que persisten hasta hoy -500 años después- y que siguen albergando instituciones públicas». De hecho, la UNESCO declaró el Centro Histórico de San Juan Patrimonio de la Humanidad en 1993.spain-america-latina-1

Pero más allá de la arquitectura, la colonización española, en palabras del Rey de España, «dio lugar a la creación de instituciones de gobierno, la construcción de universidades, escuelas, hospitales y empresas. España contribuyó a la construcción de la nueva sociedad con su lengua, su cultura, su religión; y junto a todo ello, aportó valores y principios como las bases del Derecho Internacional o el concepto de Derechos Humanos Universales». En la isla de Puerto Rico, los movimientos sociales indígenas son un fenómeno minoritario, pero en otros países latinoamericanos las opiniones sobre las fases del dominio español son mucho más críticas.

Por ejemplo en México, el presidente Andrés Manuel López Obrador, en 2019, exigió una disculpa por escrito al Rey de España por los crímenes cometidos durante la ‘Conquista’. Felipe VI hizo caso omiso de la petición, mientras que el Presidente mexicano, que ya ha renunciado a ella, declaró recientemente que la Casa Real española «reaccionó mal a nuestra petición». Ni siquiera respondieron a nuestra carta. Pero eso no cambia la historia, lo que pasó, y todos tendrán que asumir su responsabilidad’.

En realidad, lo más difícil es establecer una responsabilidad inequívoca. En primer lugar, fue una obra de conquista y ocupación, que pronto se convirtió en un proyecto de colonización y aculturación (religiosa y lingüística). De este modo se repitió un proceso histórico similar al de otras expansiones imperiales en el mundo antiguo (desde la formación de la civilización helénica hasta el establecimiento del Imperio Romano). Durante esta compleja fase de inserción de los españoles en el continente americano, la expansión militar, con sus atrocidades, tuvo un papel preponderante. Este aspecto suele acentuarse fanáticamente en la historiografía propagandística antiespañola que se conoció como «leyenda negra antiespañola», y que fue difundida por los enemigos de España en el siglo XVI, como si otras experiencias imperiales se distinguieran por sus «buenas maneras».

Por otra parte, parece haberse establecido que la «Conquista» fue un éxito rotundo porque formaba parte de la ya existente «guerra de los indios contra los indios» (Bernat Hernández). (Bernat Hernández) «Las bellas almas que despotrican contra los malvados usurpadores de las Américas olvidan (entre otras cosas) que, a su llegada, esos europeos encontraron otros usurpadores. Los imperios azteca e inca habían sido creados con violencia y se mantuvieron con la opresión sangrienta de los pueblos invasores que habían esclavizado a los nativos» (altaterradilavoro.com/conquistadores-leggenda-nera). En este contexto, los españoles (y más tarde los portugueses, los franceses y los ingleses) aprovecharon los contrastes que existían entre las distintas poblaciones indígenas. Los españoles fueron capaces de forjar alianzas con poblaciones enemigas entre sí y así lograron someter imperios con una combinación de fuerza, diplomacia, astucia y suerte. Sólo así se entiende que en 1521 el poderoso Imperio Azteca de México y su capital (Tenochtitlán, con más de 200.000 habitantes) fueran sometidos por Hernán Cortés, que contaba con 500 soldados, 100 marineros, 30 caballos y 10 cañones en su séquito. Salió de Cuba en 1519 y también alistó en su contingente a tribus indígenas que querían tomar represalias contra el brutal dominio azteca, como los aproximadamente 1.000 guerreros totonacas o los 3.000 guerreros tlaxcaltecas.

Lo mismo ocurrió con el Imperio Inca en la Cordillera de los Andes, que en ese momento contaba con 14 millones de súbditos, pero estuvo a punto de enfrentarse a una guerra civil, en la que varios grupos étnicos se declararon hostiles al Imperio Inca (como los cañaris, los limas o los charcas). En 1532, en Cajamarca, un puñado de 200 españoles, con 30 caballos, al mando de Francisco Pizarro, consiguió tomar como rehén al gran Atahualpa, a pesar de que estaba protegido por 7.000 guerreros incas.

El resultado de estas operaciones fue la rápida expansión de España por el continente con un número muy reducido de hombres, pero con una clara superioridad tecnológica militar. Los españoles también tuvieron éxito debido a su propia audacia, al efecto adverso de las epidemias generadas por su llegada y a sus alianzas con grupos étnicos cruelmente subyugados por los imperios precolombinos. Toda la historia, sin excepción, parece enseñarnos que no hay dinamismo en los asuntos humanos sin invasión y que toda civilización es el resultado de una contaminación que nunca ha sido indolora